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Si vas una tarde de verano a la antigua Central Térmica de Aliaga, no sentirás calor, no, y no es por su ubicación a más de 1000m de altitud, sentiras el frío de sus paredes derruidas, las sucias baldosas azules, los papeles viejos llenos de polvo que ya sólo le importan al olvido. Negros son los suelos que pisarás, cubiertos de lignito cuentan las historias de los trabajadores que durante más de 30 años volvían a casa con la cara y las manos mascaradas. Pasarás por las salas de máquinas, ahora ya sin el ruido de los motores, demanteladas, ya no verás ni una tuerca. Sólo verás algún cangrejo de río solitario en las charcas formadas por las acequias subterráneas que alimentaban el circuito de refirgeración. La brisa atravesará las ventanas sin cristales y envolviendo tu brazos, levantará tu bello como si te rozaran las almas de los operarios. Serás un valiente si te atreves a tocar si quiera una pared, no lo harás porque puede que al despegar un trozo de pintura de esas paredes tan finas, corrieras el riego de que te cayera encima. Mirarás desde lo alto de unas escaleras de hierro oxidado, a punto de desprenderse de la pared, las increibles chimeneas que atraviesan el destartalado tejado, y pensarás que aquel lugar fue la mayor obra de ingeniería construida en España hasta el momento. Ahora solo es Lignito, polvo y olvido.