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Nunca antes las Hermanas Gonzalo habían llegado tan lejos. Chamonix, la cuna de los alpinistas y los primeros montañeros las habían dejado impresionadas nada más bajar del autobus en la plaza mayor del pueblo, desde allí ya podían ver asomarse la puntita del Montblanc entre los edificios de madera. El sol pegaba fuerte sobre las fachadas pintadas con figuras hiperrealistas de los personajes importantes para el valle.

La subida fue dura pero mereció la pena respirar el aire del Glacier du Bossons y desde lo alto, admirar la belleza del valle de Chamonix-Montblanc. Los Alpes al rededor eran las murallas naturales que lo separaban de Suiza, por un lado, e Italia, por otro.

Las casitas de «chocolate» se mezclaban con los altísimos pinos y otros árboles, los colores del otoño se reflejaban en los ojos marrones de las hermanas, que no podian pestañear por no perderse lo que pasaba a través de la ventana del tren.

Octubre, 2015